Querid@ Lector@,
Hace 210 años Moratín escribió una obra que a pesar de su título, El sí de las niñas, habla sobre la inconformidad con las situaciones injustas que no nos permiten ser felices. Aunque en aquel entonces el tema que había elegido el autor resultaba bastante chocante y rompedor, no es menos importante en la actualidad; a pesar de que creamos que estamos más que avanzados en las cuestiones que tocan el poder de decisión de las mujeres.
Cada día me doy más cuenta de la importancia de aprender a decir No; sin dudas, sin segundas intenciones y sin remordimientos. Pero no solo eso, sino también de la importancia de saber aceptar el No, sin ataques al otro, sin ofensas y sin perder autoestima.
El principal problema que se nos viene encima cuando nos planteamos dar una respuesta negativa a otras personas en general y a los hombres, en particular, es el miedo a ser juzgadas. Durante toda nuestra historia las mujeres se han visto obligadas a recibir la aprobación del hombre sobre nuestros actos y decisiones. Sin esa aprobación parecíamos no ser, ni saber, ni tener nada. Aunque este aspecto despótico de la sociedad patriarcal ha ido desvaneciéndose a base de constante lucha por nuestros derechos, sus sombras siguen todavía muy presentes. Y esas sombras ya no las perpetúan los propios hombres, si no que nosotras mismas nos encargamos de ello. Parece que no logremos quitarnos ese chip que nos instalaron a base de lecciones de moralidad y que nos obliga a ser complacientes.
Decir No te hace fuerte. Decir No te hace crecer como individuo. El No es fundamental para llegar al Sí que deseamos. Las negativas claras y directas también ayudan al otro a evolucionar y aprender, por más incómodo o hiriente que pueda ser al principio. Si por la falsa creencia de que una respuesta negativa te va a hacer parecer borde o antipática decides agachar la cabeza y ser condescendiente, puede que llegues a verte simpática y encantadora, pero a ojos y entendimiento de las mujeres que llevan años tratando de sacarnos del circulo vicioso de la autodestrucción, estarás siendo una idiota.
Si, por ejemplo, se te acerca un tío y te pide el número de teléfono y a ti no te da la gana dárselo, sea por el motivo que sea, simplemente di que No. Tampoco hace falta lanzarle un escupitajo a la cara y decirle: a ti no, bicho; ni dar explicaciones kilométricas sobre lo desencantada que estas con la vida solo para excusarte. Un no, lo siento es más que suficiente. Él debería entenderlo y aceptar tu negativa. También podría ponerse gallito, enseñar los músculos y sacar el carnet de piloto de avioneta para impresionar; o intentar hacer de adivino y empezar a suponer que tienes novio, que eres monja de clausura, una borde redomada o cualquier cosa que se le ocurra para que su ego no se desmorone. Si esto segundo pasa, dale una palmadita en la espalda y dile: digievoluciona. Ahora enserio, hay personas, no solo hombres, a los que les cuesta mucho aceptar un No por respuesta y por ello tú no tienes que sentirte mal, ni ser complaciente con ellos, simplemente debes dejar que maduren sus ideas y trabajen su autoestima.
Ahora bien, esto de dar la negativa no se aplica solo a temas relativamente simples como el ligoteo nocturno. Va mucho más allá y cobra mucha importancia en nuestras vidas como mujeres fuertes, independientes e inteligentes. El saber decir No, ayuda tanto en aspectos de nuestro día a día como en nuestra existencia en general. Desde cuestiones relacionadas con nuestros cuerpos y nuestra sexualidad, hasta aquellas que envuelven nuestro entorno profesional y familiar. Si no quieres desnudarte, no te desnudes; si no quieres follar, no lo hagas; si no te da la gana lavar los platos di que No; si no te quieres poner ese uniforme de obligado escotazo para la convención del vieres, que les den, estás en tu derecho; si no quieres parir es una decisión igual de válida que la de hacerlo; si no quieres quedarte con el bebé en casa y tienes ganas de volver al trabajo, no te quedes con el bebé y no dejes que te hagan creer que eres un monstruo por ello. Y así un hasta el infinito y más allá.
Cierto es, que como he mencionado antes, no solo saber decirlo es importante, también lo es aprender a aceptarlo sin juzgar y a pecho descubierto. Tanto hombres como mujeres debemos dejar de actuar como jueces perdonavidas con los demás y sobretodo, con sus decisiones vitales. Porque nos gusta meter nuestras largas narices en todo lo que podamos e incluso cuando la negativa no ha ido directa hacia nuestra persona, nos creemos con el derecho de indignarnos, enfadarnos y emitir juicios de valor que, la gran mayoría de veces, están lejos de ser acertados. En cuanto al particular caso de los Noes que hemos recibido, recibimos y vamos a recibir en nuestra vida privada, más nos vale ir aprendiendo a encajarlos, porque si no, la amargura del rechazo acabará pudriendo nuestra autoestima y ensalzando nuestras peores cualidades con la intención de escudar nuestro dañado ego.
Moratín salvó a su protagonista del eterno y obediente sí quiero, llevándola a la felicidad que se merece. Lo mismo deberíamos hacer nosotras, salvarnos; blandiendo nuestros Noes como bandera y como la mejor arma de autodefensa, hasta alcanzar aquello a lo que realmente queramos decir: ¡Sí, Sí y Sí!
Hace 210 años Moratín escribió una obra que a pesar de su título, El sí de las niñas, habla sobre la inconformidad con las situaciones injustas que no nos permiten ser felices. Aunque en aquel entonces el tema que había elegido el autor resultaba bastante chocante y rompedor, no es menos importante en la actualidad; a pesar de que creamos que estamos más que avanzados en las cuestiones que tocan el poder de decisión de las mujeres.
Cada día me doy más cuenta de la importancia de aprender a decir No; sin dudas, sin segundas intenciones y sin remordimientos. Pero no solo eso, sino también de la importancia de saber aceptar el No, sin ataques al otro, sin ofensas y sin perder autoestima.
El principal problema que se nos viene encima cuando nos planteamos dar una respuesta negativa a otras personas en general y a los hombres, en particular, es el miedo a ser juzgadas. Durante toda nuestra historia las mujeres se han visto obligadas a recibir la aprobación del hombre sobre nuestros actos y decisiones. Sin esa aprobación parecíamos no ser, ni saber, ni tener nada. Aunque este aspecto despótico de la sociedad patriarcal ha ido desvaneciéndose a base de constante lucha por nuestros derechos, sus sombras siguen todavía muy presentes. Y esas sombras ya no las perpetúan los propios hombres, si no que nosotras mismas nos encargamos de ello. Parece que no logremos quitarnos ese chip que nos instalaron a base de lecciones de moralidad y que nos obliga a ser complacientes.
Decir No te hace fuerte. Decir No te hace crecer como individuo. El No es fundamental para llegar al Sí que deseamos. Las negativas claras y directas también ayudan al otro a evolucionar y aprender, por más incómodo o hiriente que pueda ser al principio. Si por la falsa creencia de que una respuesta negativa te va a hacer parecer borde o antipática decides agachar la cabeza y ser condescendiente, puede que llegues a verte simpática y encantadora, pero a ojos y entendimiento de las mujeres que llevan años tratando de sacarnos del circulo vicioso de la autodestrucción, estarás siendo una idiota.
Si, por ejemplo, se te acerca un tío y te pide el número de teléfono y a ti no te da la gana dárselo, sea por el motivo que sea, simplemente di que No. Tampoco hace falta lanzarle un escupitajo a la cara y decirle: a ti no, bicho; ni dar explicaciones kilométricas sobre lo desencantada que estas con la vida solo para excusarte. Un no, lo siento es más que suficiente. Él debería entenderlo y aceptar tu negativa. También podría ponerse gallito, enseñar los músculos y sacar el carnet de piloto de avioneta para impresionar; o intentar hacer de adivino y empezar a suponer que tienes novio, que eres monja de clausura, una borde redomada o cualquier cosa que se le ocurra para que su ego no se desmorone. Si esto segundo pasa, dale una palmadita en la espalda y dile: digievoluciona. Ahora enserio, hay personas, no solo hombres, a los que les cuesta mucho aceptar un No por respuesta y por ello tú no tienes que sentirte mal, ni ser complaciente con ellos, simplemente debes dejar que maduren sus ideas y trabajen su autoestima.
Ahora bien, esto de dar la negativa no se aplica solo a temas relativamente simples como el ligoteo nocturno. Va mucho más allá y cobra mucha importancia en nuestras vidas como mujeres fuertes, independientes e inteligentes. El saber decir No, ayuda tanto en aspectos de nuestro día a día como en nuestra existencia en general. Desde cuestiones relacionadas con nuestros cuerpos y nuestra sexualidad, hasta aquellas que envuelven nuestro entorno profesional y familiar. Si no quieres desnudarte, no te desnudes; si no quieres follar, no lo hagas; si no te da la gana lavar los platos di que No; si no te quieres poner ese uniforme de obligado escotazo para la convención del vieres, que les den, estás en tu derecho; si no quieres parir es una decisión igual de válida que la de hacerlo; si no quieres quedarte con el bebé en casa y tienes ganas de volver al trabajo, no te quedes con el bebé y no dejes que te hagan creer que eres un monstruo por ello. Y así un hasta el infinito y más allá.
Cierto es, que como he mencionado antes, no solo saber decirlo es importante, también lo es aprender a aceptarlo sin juzgar y a pecho descubierto. Tanto hombres como mujeres debemos dejar de actuar como jueces perdonavidas con los demás y sobretodo, con sus decisiones vitales. Porque nos gusta meter nuestras largas narices en todo lo que podamos e incluso cuando la negativa no ha ido directa hacia nuestra persona, nos creemos con el derecho de indignarnos, enfadarnos y emitir juicios de valor que, la gran mayoría de veces, están lejos de ser acertados. En cuanto al particular caso de los Noes que hemos recibido, recibimos y vamos a recibir en nuestra vida privada, más nos vale ir aprendiendo a encajarlos, porque si no, la amargura del rechazo acabará pudriendo nuestra autoestima y ensalzando nuestras peores cualidades con la intención de escudar nuestro dañado ego.
Moratín salvó a su protagonista del eterno y obediente sí quiero, llevándola a la felicidad que se merece. Lo mismo deberíamos hacer nosotras, salvarnos; blandiendo nuestros Noes como bandera y como la mejor arma de autodefensa, hasta alcanzar aquello a lo que realmente queramos decir: ¡Sí, Sí y Sí!